martes, 22 de octubre de 2013

REPORTAJE. Carta al (nuevo) padre*

México DFoctubre 14 de 2013.
Algunos hombres están comenzando a buscar nuevas maneras de relacionarse con las familias que han formado. Las causas pueden ser diversas, desde la entrada de sus parejas femeninas al mercado laboral hasta los nuevos roles de género que les permiten ser más afectivos con sus hijos e hijas. Los resultados positivos de una paternidad cercana están documentados; el bienestar recae no sólo en la prole y la pareja, sino en los propios hombres. 
Cuando sonaba la cerradura de la puerta, la charla familiar se interrumpía y cada quien sabía el papel que debía asumir. La madre iba directo a la cocina para calentar la comida. Uno de los hijos levantaba sus libros de la mesa del comedor para ir a terminar la tarea a su cuarto, mientras la otra iba a buscar las pantuflas para su padre que, por fin, había regresado después de un agotador día de trabajo. 
Los integrantes de familia lo besaban uno tras otro. El silencio surgía. Una vez que terminaba de cenar, se le daba el parte del día: “fulanita no hizo esto, sutanito desobedeció en aquello”. Los hijos temblaban: era momento de que él impusiera su autoridad. 
Es uno de los modelos de paternidad que se han mantenido por generaciones: el padre es el pilar de la familia, el que se esfuerza para sostener a todos los demás y, por tanto, merece la mayor jerarquía y el respeto irrestricto dentro del núcleo familiar.
La antropóloga Norma Fuller define a la paternidad como “un campo de prácticas y significaciones culturales y sociales en torno a la reproducción, el vínculo que se establece o no con la progenie y el cuidado de las y los hijos”. Tales prácticas y significaciones, sigue la autora peruana, surgen del cruce de varios discursos sociales, los cuales marcan los valores acerca de lo que implica ser padre y como deben ser los comportamientos reproductivos y parentales, los cuales varían según el momento de vida de los hombres y según la relación que establecen con la madre de sus hijos e hijas, y con éstos últimos. Estas relaciones están marcadas por las jerarquías de edad, género, clase, raza y etnia. 
Es decir, como lo enuncia el investigador Rodrigo Parrini, “la paternidad será construida de maneras específicas en cada sociedad, en un momento histórico dado y será afectada por los procesos socioculturales que se desplieguen en dicho momento”. 
Construir y deconstruir 
Cuando camina por la calle, Julio atrae miradas de curiosidad. Su estatura de 1.90 metros no es la principal razón; la vista se fija más en su cabello largo, sus arracadas y su camiseta con letras que emulan manchas de sangre, ropa que no deja duda de su gusto por el heavy metal. Pero cuando habla de sus hijos, su rostro se suaviza. Luna, de siete años, es la mayor. Él dice que se siente orgulloso de que sea tan expresiva, tan amorosa. El Día del padre, la niña le escribió una carta muy extensa y hasta la maestra lo felicitó por gozar del cariño de su hija. Cuando lo cuenta, Julio hace el ademán de estar limpiando lágrimas de sus ojos y deja escapar una risa enternecida. 
En tiempos recientes, algunos hombres han ido rompiendo con aquellos esquemas del padre sólo proveedor, distante y autoritario, para dar paso a relaciones más cercanas y gratificantes con sus hijos e hijas. 
El concepto de “nuevas paternidades”, junto al de “nuevas masculinidades”, se empezó a acuñar a finales de los años ochenta, pero el adjetivo “nuevo” actualmente está en desuso, explica a Letra S José Alfredo Cruz Lugo, sexólogo y educador. “Hoy preferimos llamarles ‘otras paternidades’ o ‘paternidades emergentes’, y lo que tratamos de posicionar es la reflexión sobre la importancia de nutrir los vínculos afectivos con tus hijos e hijas”. 
Para ello, ha sido inevitable que estos hombres se pregunten acerca del rol de género tradicional y sobre la forma en que se relacionan con sus parejas. También el propio entorno, principalmente el económico, ha forzado estos procesos de reflexión. Por ejemplo, los hombres económicamente activos en América Latina disminuían de 85 a 82 por ciento en 1997, según la organización civil Oxfam, mientras que para 2002, la actividad económica de las mujeres había aumentado de 40 a 46 por ciento, de acuerdo con datos del Banco Interamericano de Desarrollo. 
Estas condiciones vinieron a cuestionar la supuesta exclusividad del ámbito público destinado a los hombres, mientras que el espacio privado, el del hogar, se designaba a las mujeres. Hoy en día y frente al modelo económico actual, José Alfredo Cruz observa que “es imposible sostener el modelo de masculinidad patriarcal hegemónico”, pues los hombres y el desempleo van de la mano, cuando era justamente el empleo lo que le daba “fuerza e identidad a esta característica masculina”. 
Así, los varones que se quedan sin empleo enfrentan, además de la crisis económica, una crisis emocional. 
“Recuerdo muchísimo unas entrevistas que hicimos de casa en casa; era muy claro que ellos salían a contestar la encuesta secándose las manos después de lavar los trastes, pero cuando les preguntábamos a qué se dedicaban preferían decir que eran desempleados antes que decir que eran amos de casa”, narra el activista con experiencia en el tema de masculinidades. El hombre que pasa más tiempo en casa (o que se queda en ella) transgrede su rol tradicional y puede experimentar un sentimiento inicial de vergüenza, pues “es un ámbito que no conocemos o donde nos sentimos incómodos, y muchos de los cuidados que acompañan la paternidad están en ese ámbito”. 
Comenzar a involucrarse: el parto 
Alejandro estaba feliz por el nacimiento de su segunda hija. La cesárea estaba programada para las 8 de la mañana y desde esa misma hora se congregaron en el hospital familiares suyos y de su esposa. Las horas pasaban y el desfile de visitas y flores parecía interminable, mientras los consejos y las instrucciones de otras madres experimentadas saturaban el ambiente. Cuando cayó la noche, la cantidad de mujeres en la habitación de hospital lo hacía sentir incluso incómodo; la frustración lo invadía al no haber podido pasar un solo minuto del día a solas con su esposa y su bebé. 
Desde hace unas décadas, el proceso de parto se ha medicalizado y se ha concentrado en atender a la madre y su bebé, puesto que el proceso ocurre en el cuerpo de la mujer. Desde esta perspectiva, los padres habían estado excluidos del momento del nacimiento. 
En algunas zonas del mundo esto ha cambiado: investigaciones en Estados Unidos y Europa hallaron que la presencia de los padres en el parto se ha vuelto rutina. Por ejemplo, un estudio realizado por Ross D. Parke, profesor emérito de la Universidad de California, Riverside, observó que en la década de los setenta, sólo 27 por ciento de los padres estadunidenses estaban presentes en el parto de sus hijos, mientras que en los noventa, el porcentaje subió a 85. 
No obstante, para América Latina, la participación en el parto es mucho más baja. En México, según la Encuesta Internacional Hombres y Género (IMAGES, por sus siglas en inglés), realizada en 2011, sólo 24 por ciento de los hombres estuvo en la sala de parto y 3 por ciento más se encontraba en algún otro lugar del hospital, siendo así que tres de cada cuatro hombres no estuvieron presentes cuando nació su último hijo. Esto sucede a pesar de que la Organización Panamericana de la Salud, a través del Centro Latinoamericano de Perinatología, ha documentado la importancia de que la mujer esté acompañada durante el parto. 
La exclusión de los hombres se debe, en gran medida, a resistencias del personal de salud, más que al deseo de los propios padres. De acuerdo con una investigación realizada en Uruguay por Carlos Güida, profesor investigador de la Universidad de la República, el padre es descrito con frecuencia por los prestadores de servicios de salud como un individuo “torpe”, que tiende a “desmayarse” y que “necesita ser atendido”. Asimismo, dice el autor, el parto “parece ser un reducto, un lugar privilegiado de las mujeres”, por lo que “el varón, en calidad de acompañante, es un visitante en el reino de las mujeres”. 
Según lo han estudiado los investigadores de las masculinidades, el sector salud es uno de los campos clave donde se puede comenzar a involucrar a los hombres en la paternidad activa, pues permite vincular al padre con su hijo o hija desde antes del nacimiento (a través de los controles médicos prenatales) durante en el parto y en el puerperio. 
El escenario de la crianza 
Además de sexólogo, José Alfredo Cruz es padre. Cuenta que la forma en que la sociedad ve las labores de cuidado de los varones aún está lejos de cambiar. En un par de ocasiones, cargando en brazos a su hijo, subió al transporte público y pidió que le dieran el lugar reservado para personas discapacitadas, embarazadas, adultas mayores y con bebés. La respuesta fue negativa. ¿La razón? En la imagen que designa el asiento no hay ningún hombre cargando a un bebé. 
Los estudios acerca de las paternidades son recientes en América Latina, y éstos parecen haber tenido más impacto en Centroamérica y en el Cono Sur. Así, en Chile se logró que, en 2012, el gobierno publicara la Guía Paternidad Activa, orientada a profesionales del Sistema de Protección Integral a la Infancia. En ella se explica algo que puede extrapolarse a otros países de la región: la sociedad ve a los hombres como inhábiles para el desempeño del cuidado infantil, lo cual, en cierta medida, los autoriza culturalmente para no participar en esa tarea. “Así, cuando un hombre quiere asumir un papel activo en el cuidado infantil, las instituciones sociales –familia, escuela, trabajo, salud y la sociedad en general– parecen excluirlo de esa posibilidad”. 
Una investigación del Population Council registró que, en 2011, los padres dedicaban una tercera o cuarta parte del tiempo que destinaban las madres al cuidado sus hijos e hijas. Sin embargo, los padres tomaban las decisiones sobre el uso del ingreso familiar gastado en los hijos. 
Aun cuando hay hombres que sí quieren participar en la crianza, su papel es obstaculizado por prejuicios que suponen que a ellos no les interesan sus hijos, o en todo caso, que son más incompetentes que las madres en su papel de cuidadores, aunque estudios científicos (Davis y Perkins, 1995; Lewis y Lamb, 2003) han demostrado que tanto ellos como ellas son capaces de interpretar y ser sensibles a las necesidades de los hijos. Más aún, en algunos lugares de Latinoamérica se ha documentado una creencia extendida de que si se deja a los niños al cuidado de los varones, existe un mayor riesgo de que exista abuso físico y sexual. 
Aun así, las cosas están comenzando a cambiar, aunque a paso lento. La encuesta IMAGES se aplicó también en México, en las ciudades de Monterrey, Querétaro y Jalapa. En ella, se mostró que todavía el 56 por ciento de los hombres cree que el rol más importante de las mujeres es “cuidar de su hogar y cocinar para su familia”, si bien solamente el 26 por ciento de encuestados estuvo de acuerdo en que cambiar pañales, bañar y alimentar a los hijos e hijas es responsabilidad de la madre. En el mismo sentido, 46 por ciento de los hombres afirmaron involucrarse en el cuidado diario de los hijos, pero sólo 31 por ciento de las mujeres dijeron que su pareja lo hace. 
Los retos 
Al mismo tiempo que Ricardo se divorció, se convirtió en padre soltero. Eran los últimos de los años noventa y su hija tenía pocos meses de nacida. Sus padres y hermanos no podían apoyarlo pues tenían sus propias ocupaciones y familias que cuidar, así que él tuvo que aprender a ser papá solo. 
En esa época, el menor de los problemas era no poder encontrar un cambiador de pañales en algún baño de hombres; eran los horarios y las condiciones de trabajo las que realmente le obstaculizaban el cuidado de la pequeña Claudia, por lo que tuvo que buscar empleos de medio tiempo en los que escuchaba risas cada vez que decía que debía faltar porque la niña se había enfermado o que se le requería en una junta escolar. 
Como lo explican los investigadores Gary Barker y Fabio Verani en su texto La participación del hombre como pare en la región de Latinoamérica y el Caribe, hay situaciones donde el que los hombres participen más en los quehaceres domésticos puede implicar una pérdida de estatus social en vez de aumentarlo. “En contextos como estos, el cambio individual será difícil si no cambian las normas sociales”. De esta forma, los hombres se involucran más como padres cuando el hacerlo es visto como positivo por amplios sectores de la sociedad y cuando se le otorga un estatus social al hecho de ser un padre involucrado, dicen los autores. 
Para lograr este cambio, la reflexión de los hombres es crucial, no obstante, “volverte a nacer no es sencillo”, sostiene José Alfredo Cruz, pues se trata de un trabajo de reconstrucción de la persona. Además, el activista apunta que dicha reflexión no es común en la mayor parte de los hombres. 
“El tema de las masculinidades emergentes no es una cuestión que se posicione en todos los sectores y contextos, creo que es en una clase, en ciertas ciudades, en ciertos ámbitos, la que se reúne a reflexionar sobre su identidad pero hace falta mucho por hacer para poderla llevar a todos los contextos”. 
Porque no es lo mismo ser hombre en la ciudad de México que en Guerrero o Oaxaca, y dentro de la propia ciudad no es lo mismo construir la masculinidad en Coyoacán que en Iztapalapa, señala. 
Lo importante es que el espacio se está abriendo y los roles se están cuestionando. En demasiados casos, sostienen Barker y Verani, se ha confiado en los reportes de otros, como las mujeres, las y los hijos y el personal de servicios de salud, en lugar de confiar en las opiniones y reportes de los propios hombres. 
Es a esta vivencia personal a la que apela el trabajo con hombres, porque la paternidad tradicional ha tenido cierto costo para ellos. “Los hombres nos empezamos a quedar solos, nuestras parejas ya no quieren relacionarse ni hablar con nosotros, nuestros hijos ya nos tienen miedo, no quieren relacionarse con nosotros”, explica Cruz Lugo. “Eso tiene un costo allá enfrente, con mis hijos y con mi pareja, pero tiene un costo impresionante en mí; tiene un costo de aislamiento, de soledad, y ahí hay un dolor que los hombres arrastramos y que muy pocas veces hacemos visible”. 

*Publicado en el número 207 del Suplemento Letra S en la versión online del periódico La Jornada el jueves 3 de octubre de 2013