domingo, 1 de diciembre de 2013

Ignorancia y discriminación aún marginan a seropositivos

Ignorancia y discriminación aún marginan a seropositivos
Carecen de orientación sicológica: sólo te dan las medicinas y te vas
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Se nos cierran las puertas, indican los portadores de VIHFoto Sanjuana Martínez
Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 1º de diciembre de 2013, p. 37
Los fármacos de la terapia antirretroviral de gran actividad no dejaban dormir a Ángel Medellín Nava. Alucinaba durante horas en la noche. Se sentía dopado en el día, se mostraba agresivo y entraba en grandes periodos de depresión. No podía trabajar. Así vivió seis años, hasta que un médico aceptó modificar su cuadro de medicamentos. Lleva 11 años con el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).
Ahora nada más se me hinchan las manos, las piernas y a veces tengo dificultad para caminar, dice con una sonrisa de resignación. Tiene 41 años, es padre de dos hijos y recientemente abuelo. Estuvo casado seis años, pero decidió vivir abiertamente su sexualidad. Hace apenas unos días dijo a su madre su verdad, aprovechando que iban al teatro: Pensé que se iba a tirar del coche en marcha. Se puso muy mal. Lloraba sin decir nada. Se nos perdió dos días.
Ángel forma parte de las 183 mil personas que viven con VIH-sida en México, de las cuales 90 mil personas no lo saben. Los casos se concentran en Distrito Federal, estado de México, Jalisco y Monterrey, según datos del Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH/sida.
Para el doctor Jesús Eduardo Elizondo Ochoa, de la cátedra de Biofármacos e Ingeniería de la Escuela de Biotecnología y Alimentos del Instituto Tecnológico de Monterrey, el gran reto es hacer más investigación de tipo científico sobre el VIH: En México no estamos haciendo investigación de incidencia biológica para conocer cuál es el estado real de salud de las personas.
Como consecuencia de esto y de la falta de educación sexual, el futuro se prevé peor, según Farith Zambrano, de la asociación civil Vita Novus, que ofrece consejería y aplicación gratuita de pruebas rápidas para la detección oportuna del virus, ya que los nuevos infectados son jóvenes menores de edad:El inicio de la vida sexual activa empieza entre los 14.5 años en el área urbana y 13.5 en la zona rural. Hay un riesgo porque en las primeras relaciones no existe el uso del preservativo o de ningún método de protección.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha señalado que los nuevos portadores del VIH son jóvenes de entre 15 y 24 años, con un aproximado de tres mil casos a escala nacional.
Ambos participan en un acto para celebrar el Día Mundial de la Lucha contra el VIH/sida, convocado por la Acción Colectiva por los Derechos de las Minorías Sexuales AC, que cumple 15 años, dirigida por Abel Quiroga, quien fundó la asociación para apoyar a los enfermos, luego de la muerte de su pareja: Nada ha cambiado en México. Nos siguen considerando los apestados, los sidosos, los promiscuos. Falta mucho por hacer.
Discriminación
Como portador del VIH, Ángel ha padecido los estragos de la discriminación en todas sus modalidades, empezando en su propia familia: En mi casa, el machismo de mi padre no permitió nunca que tuviéramos información. Nadie me dijo que yo era diferente. Al contrario, unas cachetadas, unas patadas y al suelo. Esa era la educación que me daban. Siempre viví con ese temor de contar lo que soy. Me casé. Seguí las reglas de la casa.
Se divorció y decidió criar en solitario a sus dos hijos. Cuando tenía 30 años salió con una mujer que estaba infectada sin saberlo. Enfermó y bajo de peso considerablemente. Pesaba 83 kilos y bajo hasta 51. Debido a su aspecto, en la escuela de sus hijos le pidieron que ya no se presentara, que enviara a otra persona.
Los efectos secundarios del tratamiento le generaron problemas laborales y afectivos. Desde hacía seis años trabajaba en una imprenta, hasta que decidió contar lo que le pasaba:Pensé que al decirle a mi patrón que tenía VIH/sida iba a tener consideración conmigo: al contrario. Me pidió de favor que le firmara una carta de renuncia voluntaria bajo la promesa que iba a seguir ayudándome. Yo acepté creyéndole. Luego me corrió.
Lo peor para Ángel, como para muchos otros enfermos, es la falta de medicamentos del sector salud. Ha podido sostener su tratamiento porque un amigo que recientemente falleció le dejó los suyos: Los médicos no me querían cambiar el tratamiento. Hasta que le dije al doctor que ya no me los iba a tomar. Me hizo unos pocos exámenes, sólo la carga viral y las defensas y me cambió al esquema que estoy ahorita. No hacen los estudios suficientes, por eso tenemos efectos secundarios.
Hace unos meses estalló la bomba–como él dice– en su casa, cuando contó a su familia su preferencia sexual y les presentó a su pareja desde hace siete meses, también portador del VIH: Ya todos se dieron cuenta de que soy gay. Les dije que ya no me iba a ocultar con nadie. Quería ser feliz. El problema es que, de donde yo vengo, la palabra gay no existe, soy joto. Imagínate la discriminación que sufrimos.
Lo que más le duele es que su hijo mayor de 18 años ha reducido sus encuentros familiares: “Se lo confesé. Con el corazón en la mano le dije: ‘Esta persona que ves aquí sentada es lo único que tienes, el que te ha apoyado, el que nunca te abandonó, el que te ama’. Yo sé que no me quiere ver por eso. No puedo dejarlo de querer ni nada. Yo los entiendo. Es un proceso de asimilación”. Su hijo de 16 años fue más comprensivo: “Te entiendo, apá. Trata de ser feliz. A la gente nunca le vamos a dar gusto”.
Ángel se emociona. Dice que la lucha diaria es difícil: Nos cierran mucho las puertas en los trabajos. Pinto, hago banquetas, le hago a la albañilería, a la electricidad; cosas que poco a poco fui aprendiendo. Es la superviviencia de tener un trabajo.
Sin medicamentos
Ángel está acompañado por su amigo Tomás Martínez Ibarra, de 49 años, también portador del VIH desde hace 10 años. Cuenta que debido al padecimiento de un herpes en una pierna, se hizo la prueba en el Instituto Mexicano del Seguro Social y el resultado se lo entregaron dos meses después.
“Los servicios médicos no incluyen consejería, sicología, nada. Te dicen que eres portador de golpe. Luego nadie te ayuda, no hay terapia. Y empieza la discriminación. Pierdes el trabajo por la misma gente, por la sociedad. Decir que tengo VIH es decir que soy gay, es ser promiscuo, porque fue sexualmente. Con humor negro nosotras a veces nos decimos: ‘Tú estás manchadita, tienes el huevo’. Ya sabemos que estamos etiquetados”.
La falta de preparación del personal de salud les ha dejado escenas terribles. Como la vez que a un amigo de Andrés fue hacerse la prueba del VIH a una carpa en su barrio: ¡Felicidades, te lo sacaste!... Eres positivo, le dijo un miembro de la Secretaría de Salud delante de otras personas: Fue horrible para él. Antes no se tiró de un puente.
Andrés se infectó cuando tenía 20 años. Se enteró cuando le hicieron unas pruebas médicas para empezar a trabajar en una empresa. A pesar de que sabía, no atendió su diagnóstico y dejó pasar cinco años hasta que decidió someterse a tratamiento: Lo tengo que llevar a escondidas. Mi familia no lo sabe. Sólo algunos amigos. No he conseguido trabajo por las pruebas que te hacen, a veces sin que te des cuenta. Me tengo que autoemplear.
Dice que falta mucha información a la sociedad e incluso preparación para el personal médico que atiende a los seropositivos en el Centro Ambulatorio de Prevención y Atención en Sida e ITS (Capasits): Mucha gente le tiene miedo al VIH, pero es porque esta desinformada. Recibo el medicamento, pero nada más, faltan muchas cosas más: sicólogo, nutriólogo, odontólogo... Te dan el medicamento y te va