viernes, 22 de febrero de 2008

Carta de Héctor Aguilar Camín

La antropóloga Rosalva Aída Hernández insiste en que durante la matanza de Acteal hubo “mutilaciones corporales” a mujeres embarazadas. Para probarlo, dice, hay “testimonios de los sobrevivientes” recopilados por el Frayba, y “autopsias que detallan y confirman el nivel de violencia” (La Jornada, 20 de febrero).
Testimonios de estas mutilaciones existen, desde luego, en la prensa, en los archivos del Frayba y en el libro de la antropóloga Hernández, que dedica un capítulo a la narración de una mujer llamada Micaela, supuesta testigo presencial de la matanza.
Según Micaela, los agresores de Acteal “desvistieron a las mujeres muertas y les cortaron los pechos, a una le metieron un palo entre las piernas, y a las embarazadas les abrieron el vientre y les sacaron a sus hijitos y juguetearon con ellos, los aventaron de machete a machete” (La otra palabra, CIESAS, 1998, p. 31).
Estos son hechos desmentidos absolutamente por las dos autopsias disponibles, la realizada por el servicio forense del estado y la realizada después por la PGR. En ninguna de las dos autopsias consta que alguna mujer haya llegado al forense con el vientre abierto por machetazos, los pechos cortados o los genitales lastimados por un palo (véase HAC: “Acteal, III. El día señalado”, Nexos, diciembre 2007).
El dictamen de la PGR es tajante: “Por lo que respecta a los cuatro cadáveres del sexo femenino que presentaron embarazo aproximado de 10 semanas a cinco meses, se determinó que ninguna presentaba lesiones cortantes de origen traumático en la región del abdomen ni de genitales”.
O mienten las autopsias o mienten los testimonios.
De la queja de la antropóloga Hernández sobre el poco respeto a los muertos y a los sobrevivientes, hay poco que decir. Poco respeta a los deudos y a las víctimas de Acteal quien añade al horror de los cuerpos masacrados las indecibles vejaciones imaginarias que difunde la antropóloga Hernández.
Héctor Aguilar Camín