La antropóloga Rosalva Aída Hernández insiste en que durante la matanza de Acteal hubo “mutilaciones corporales” a mujeres embarazadas. Para probarlo, dice, hay “testimonios de los sobrevivientes” recopilados por el Frayba, y “autopsias que detallan y confirman el nivel de violencia” (La Jornada, 20 de febrero).
Testimonios de estas mutilaciones existen, desde luego, en la prensa, en los archivos del Frayba y en el libro de la antropóloga Hernández, que dedica un capítulo a la narración de una mujer llamada Micaela, supuesta testigo presencial de la matanza.
Según Micaela, los agresores de Acteal “desvistieron a las mujeres muertas y les cortaron los pechos, a una le metieron un palo entre las piernas, y a las embarazadas les abrieron el vientre y les sacaron a sus hijitos y juguetearon con ellos, los aventaron de machete a machete” (La otra palabra, CIESAS, 1998, p. 31).
Estos son hechos desmentidos absolutamente por las dos autopsias disponibles, la realizada por el servicio forense del estado y la realizada después por la PGR. En ninguna de las dos autopsias consta que alguna mujer haya llegado al forense con el vientre abierto por machetazos, los pechos cortados o los genitales lastimados por un palo (véase HAC: “Acteal, III. El día señalado”, Nexos, diciembre 2007).
El dictamen de la PGR es tajante: “Por lo que respecta a los cuatro cadáveres del sexo femenino que presentaron embarazo aproximado de 10 semanas a cinco meses, se determinó que ninguna presentaba lesiones cortantes de origen traumático en la región del abdomen ni de genitales”.
O mienten las autopsias o mienten los testimonios.
De la queja de la antropóloga Hernández sobre el poco respeto a los muertos y a los sobrevivientes, hay poco que decir. Poco respeta a los deudos y a las víctimas de Acteal quien añade al horror de los cuerpos masacrados las indecibles vejaciones imaginarias que difunde la antropóloga Hernández.
Héctor Aguilar Camín
Testimonios de estas mutilaciones existen, desde luego, en la prensa, en los archivos del Frayba y en el libro de la antropóloga Hernández, que dedica un capítulo a la narración de una mujer llamada Micaela, supuesta testigo presencial de la matanza.
Según Micaela, los agresores de Acteal “desvistieron a las mujeres muertas y les cortaron los pechos, a una le metieron un palo entre las piernas, y a las embarazadas les abrieron el vientre y les sacaron a sus hijitos y juguetearon con ellos, los aventaron de machete a machete” (La otra palabra, CIESAS, 1998, p. 31).
Estos son hechos desmentidos absolutamente por las dos autopsias disponibles, la realizada por el servicio forense del estado y la realizada después por la PGR. En ninguna de las dos autopsias consta que alguna mujer haya llegado al forense con el vientre abierto por machetazos, los pechos cortados o los genitales lastimados por un palo (véase HAC: “Acteal, III. El día señalado”, Nexos, diciembre 2007).
El dictamen de la PGR es tajante: “Por lo que respecta a los cuatro cadáveres del sexo femenino que presentaron embarazo aproximado de 10 semanas a cinco meses, se determinó que ninguna presentaba lesiones cortantes de origen traumático en la región del abdomen ni de genitales”.
O mienten las autopsias o mienten los testimonios.
De la queja de la antropóloga Hernández sobre el poco respeto a los muertos y a los sobrevivientes, hay poco que decir. Poco respeta a los deudos y a las víctimas de Acteal quien añade al horror de los cuerpos masacrados las indecibles vejaciones imaginarias que difunde la antropóloga Hernández.
Héctor Aguilar Camín