martes, 8 de junio de 2010

LOS MUERTOS

LOS MUERTOS

Desde siempre se ha venido diciendo que no es bueno andar “zarandeando” a los difuntos.

Que es bueno dejarlos descansar en paz. Los muertos no están diseñados para ir de gira y, sobre todo, para andarlos exhibiendo.

En primer lugar porque son muy feos, como dijo Juárez, refiriéndose a Maximiliano en la capilla de San Andrés, hoy Senado de la República.

Pero, además, porque huelen muy mal.

Y por último, porque algún respeto nos merecen donde los abogados hasta inventaron, por algún tiempo, aquel delito de “profanación de cadáveres”, aunque tan sólo se refería a las conductas eróticas para con los fiambres.

Claro que, con el paso del tiempo, las modas han ido cambiando diametralmente. Por ejemplo, antes las carrozas fúnebres circulaban realizando el llamado “arrastre lento”, como lo hacen las mulas con los toros de alta prosapia, después de la gran faena.

Pero, ahora, al extinto lo despachan a la mayor velocidad no sólo en los viaductos sino hasta en la funeraria.

Así las cosas, llegará el Apia en que las carrozas traigan “sirena” como las ambulancias, para ahorrar más tiempo.

Con decirles que supe de un finado que murió después de la hora del desayuno y su funeral ya había terminado para antes de la hora de la comida. Casi, casi, lo quemaron cuando todavía se estaba retorciendo.

Eso es no tener madre, ya que ni disimulan la prisa para irse a festejar la herencia.

Por cierto que los hijos de ese interfecto desayunaron “muertos de hambre”, pero comieron ya multimillonarios.

No estoy proponiendo, desde luego, que volvamos a las viejas prácticas, en las cuales también se exageraba. El velorio se prolongaba hasta quedar todos exhaustos, y, algunos hasta se convertían en novenarios. Se servía harto chupe, se recitaban hartos rezos, se lanzaban hartos chillidos y, si el muerto era importante, se soportaban hartos discursos.

Claro que también se escuchaban hartos chistes, se encontraban hartos amigos y hasta se lograban hartas relaciones.

Pero lo que antes se respetaba y hoy se malogra es la memoria y el homenaje de los próceres y hasta de los héroes. Para comenzar, basta con ver a todos esos pendejos que el día que se casan o el día que gana la selección nacional se van a retratar o a empedar al “Ángel” porque no saben o no recuerdan, los muy idiotas, que se trata de una tumba. Por cierto, el más insigne y honroso del país pero, al fin de cuentas, es un sepulcro. Por eso merece respeto y comportamiento.

Cuando los franceses o los norteamericanos ganan un campeonato no se embriagan en las tumbas de Napoleón o de Lincoln. Para toman las plazas Vendome o la de la Concordia o la del Times, pero no hacen desfiguros ante el cadáver de sus mejores hombres. Tampoco los exhiben en vitrinas ni les hacen paseos dominicales.

En fin cada cabeza es un mundo. Pero tengamos cuidado de no despertar a los muertos. No sea que por despertar a los muertos. No sea que por despertar a los chingones, también despertemos a los hijos de la chingada. Al Polk que nos quitó medio territorio, al Habsburgo que nos intervino o al Huerta que nos dio cuartelazo. Cuando mucho, mándenles a decir sus misas y ciérrenles sus féretros, pero siempre por fuera. Sólo los muy pendejos cierran por dentro los ataúdes de los difuntos, las arcas de los tesoros o las rejas de las prisiones.

Vale.