domingo, 20 de marzo de 2011

OPINIÓN DE ANTONIO MEDINA. Cuatro años de Sociedades de Convivencia, un gran paso democrático

Antonio Medina*
Foto: Belem Castañeda
México DF, marzo 16 de 2011.
Con inmenso amor para Jorge Cerpa, mi conviviente y futuro marido
Hace cuatro años la Ciudad de México dio un gran paso en cuanto a democracia se refiere, pues el viernes 16 de marzo de 2007 entró en vigor la Ley de Sociedades de Convivencia en la capital del país, la cual fue aprobada en sesión ordinaria el 9 de noviembre de 2006 con 43 votos a favor, 17 en contra y 5 abstenciones.
Esta Ley es paradigmática. A la fecha, según cifras del Registro Civil del Distrito Federal, se han registrado 783 contratos, 430 corresponden a parejas de hombres, 310 a parejas de mujeres y 43 a parejas heterosexuales. El contrato de sociedad de convivencia da reconocimiento legal a aquellos hogares formado por personas sin parentesco consanguíneo o por afinidad.
La aprobación de esta Ley fue el resultado de una lucha social y política de un sector de la población históricamente excluido de las políticas públicas, violentado físicamente y mancillado en sus derechos humanos.
El 16 de noviembre de 2006, Alejandro Encinas, quien fuera Jefe de Gobierno del Distrito Federal, ratificó ante la sociedad lo que meses antes había garantizado al colectivo de la diversidad sexual: “Por convicción propia he firmado el decreto de Ley de Sociedad de Convivencia… con la aprobación de esta ley estamos avanzando mucho en el reconocimiento y las libertades de los derechos de los y las habitantes de la Ciudad de México”.
Reconocido como uno de los líderes más congruentes de la izquierda mexicana, Encinas, a diferencia de su antecesor Andrés Manuel López Obrador, quien vetó la Ley de Sociedades de Convivencia durante un lustro, sí hizo sinergia con los diputados y diputadas de su partido para aprobar una Ley que respondía a los ideales y estatutos del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y de la izquierda mexicana.
Ante centenares de personas congregadas en el ex Templo de Corpus Christi aquel 16 de noviembre, el perredista dijo conmocionado que “para orgullo de los y las habitantes de esta ciudad, hoy se cuenta con una Ley que reconoce el derecho a la diferencia y la necesidad de que toda la ciudadanía conviva en la diversidad, así como el reconocimiento del otro y las otras en la práctica de una cultura de la no discriminación”.
Cuatro meses después, la ley entró en vigor, y la Ciudad de México pudo presumir al mundo que en su territorio los derechos LGBTI daban un primer gran paso, el cual ha sido precedido con otras leyes como la de identidad de género, algunas políticas públicas abiertas a la diversidad sexual en temas de salud y VIH, y, felizmente con la modificación al artículo 146 del Código Civil del DF que permite la unión matrimonial entre personas del mismo sexo con la posibilidad de adoptar.
El 16 de marzo de 2007 fue un día feliz para muchas personas. Ese día se materializó el sueño de centenares de activistas que durante años lucharon por acceder a derechos y salir de las tinieblas de sus armarios para dar pie a la visibilidad de sus afectos.
En diferentes delegaciones se llevaron a cabo uniones públicas, que en otras circunstancias hubieran sido privadas, pero por el significado político que representaban, se realizaron abiertas a la sociedad y ampliamente cubiertas por los medios de comunicación, que no perdieron detalle alguno para relatar las primeras “bodas gays” en la Ciudad de México.
Fue en la explanada de la delegación Izpatalapa donde se llevó a cabo una de las primeras uniones y donde se concentró mayormente la mirada pública. En ese espacio, la dramaturga Sabina Berman, conmocionada y lúcida, reflexionó sobre la importancia simbólica de la unión legal entre personas del mismo sexo.
Calificó el beso que se dieron los convivientes como un beso político: "Treinta siglos de intolerancia se han desplomado a sus pies con el beso que se dieron… es un beso de tal poder político, que, a diferencia de otras épocas, no se dio a puerta cerrada, en una alcoba, bajo las luces rojas de un antro o ante el miedo de que la policía los detenga”.
En tanto, el maestro Emilio Álvarez Icaza, entonces ombudsman de la Ciudad de México y un convencido de las bondades de la Ley, calificó el acto como la reivindicación del Estado laico y como “un hecho simbólico que da paso a la civilidad democrática y destroza mitos”. Subrayó la obligación del Estado mexicano de garantizar y respetar los derechos de la población sin importar las preferencias sexuales.
Sin duda, este avance social ha sido la inspiración para muchos otros procesos que estamos viviendo, no solamente en la Ciudad de México, sino en el resto del país y algunas naciones de América Latina, que luchan por revertir los lastres históricos de la homofobia social que se vive dramáticamente en espacios educativos, laborales, de impartición de justicia, políticos, y, desde luego, eclesiásticos.
La experiencia social de esta Ley ha dejado un legado de trascendental importancia a las generaciones presentes y futuras, pues, como dijo en su momento Enoé Uranga Muñoz, impulsora de la propuesta legislativa, esta Ley “convocó a las inteligencias de nuestro país a reflexionar junto con nosotros sobre la necesidad de incluir en las leyes a lesbianas, homosexuales, personas trans y bisexuales”.
Es importante destacar que a pesar de los esfuerzos compartidos de clérigos, empresarios y políticos conservadores y beligerantes (tanto de partidos de izquierda como de derecha), la propuesta de Ley de Sociedades de Convivencia deambuló por más de cinco años en universidades, foros, congresos, medios de comunicación e infinidad de espacios públicos con el propósito de que la gente entendiera los beneficios que ganaba el conjunto de la sociedad con su aprobación.
En la gran mayoría de los espacios se logró el cometido y dejó la semilla del cuestionamiento al establisment de una sexualidad heteronormada que agobia, sin lugar a dudas, a hombres y mujeres, sean heterosexuales u homosexuales.
Hoy en día, cuatro años después, la capital del país se erige como un territorio abierto y libre, a pesar de algunos retos que falta sortear, pues en esta ciudad se han emprendido proyectos encaminados a respetar a su ciudadanía, otorgando derechos iguales a una población diversa.
Es en el DF donde se han impulsado políticas públicas que integran al sector LGBTI. Nuestra ciudad ha rebasado (por la izquierda) a otros estados del país que se han negado a la modernidad democrática que demandan grandes sectores de la sociedad mexicana. Esta es una realidad que se puede comprobar en el día a día de quienes vivimos en la gran urbe chilanga.
Desde luego falta mucho por avanzar. Hay claroscuros en algunas instituciones capitalinas. No obstante, los pasos se están dando. Tal vez no como se quisiera, pues existen lastres y prejuicios que frenan los avances logrados. A pesar de ello, la puerta está abierta tanto del lado de la sociedad civil como por parte del gobierno capitalino, que en los últimos años le ha apostado a la construcción de ciudadanía con los diferentes sectores a través de proyectos incluyentes y abiertos a la realidad social.
Sirvan estas líneas para honrar la felicidad de las más de mil 500 parejas que se han convivenciado y matrimoniado en el Distrito Federal bajo la Ley de Sociedades de Convivencia y la Ley del Registro Civil actual. También un saludo a los dos centenas de parejas que se han pacsiado en el estado de Coahuila desde 2007, gracias al Pacto Civil de Solidaridad (PACS), propuesto por la bancada del PRI de la entidad y apoyado por el entonces gobernador Humberto Moreira.
Estos logros del sector LGBTI es compartido con cientos de activistas de otros movimientos sociales, legisladores y legisladoras, funcionarios y funcionarias de gobierno, medios de comunicación abiertos a la diversidad social, familiares de parejas del mismo sexo, líderes de opinión y una sociedad que anhela cambios encaminados a la pluralidad social.
El reto, sin duda, es seguir con la construcción de puentes que nos permitan seguir avanzando, a pesar de las resistencias y bloqueos de los conservadores o los autosabotajes que (de repente) se presentan en el propio sector de la diversidad sexual.
*Periodista