jueves, 7 de agosto de 2008

Activistas de todo el mundo relatan sus batallas diarias en la lucha contra el sida

Las venezolanas María Ortega y Nayda Pérez viven en Maracaibo y promueven el uso del condón en las comunidades de indígenas yukpa, bari, japreria y wuayuu. Los mexicanos Arturo Vázquez y Ricardo Tapia batallan para conseguir el sustento y medicamentos para 17 niños –muchos de ellos huérfanos– que viven con VIH en Acapulco, Guerrero.
El haitiano Eddy Genece encabeza Promoteurs Objectifs Zéro Sida, que atiende a más de 2 mil personas con VIH, con especial atención en sectores vulnerables.
Los cinco han pasado buena parte de la conferencia internacional en la Aldea Global, donde son anfitriones de un espacio llamado El Tequio, destinado al diálogo entre organismos comunitarios que trabajan alrededor del planeta en la lucha contra los efectos del sida y en tareas de prevención.
Con ellos han estado los representantes de otros 23 grupos de todo el mundo, todos ganadores del Premio Cinta Roja 2008, que otorgan organismos internacionales. Los 25 grupos fueron seleccionados por un comité técnico de entre 550 nominados de 147 países.
Durante estos días han convivido y compartido experiencias con los representantes de organizaciones africanas, como el Centro de Educación Popular, de Ghana; Consol Homes, que trabaja en las zonas rurales de Malawi; el Mama´s Club, de Uganda, que labora con madres seropositivas, y otras similares de Camerún, Kenia y Sudáfrica.
Sus experiencias son tan diversas como las realidades de sus regiones de origen. Las venezolanas, por ejemplo, dicen que trabajan en coordinación con el Ministerio de Salud de su país, con la embajada de Canadá y con el programa Barrio Adentro, en el que participan médicos cubanos.
Su labor se enfoca principalmente a los grupos indígenas de la región fronteriza con Colombia y a los desplazados por la guerra en aquel país.
“Nadie se había acercado a las etnias, y hemos obtenido una buena respuesta, sobre todo de las mujeres, quienes exigen a sus maridos usar protección”.
Los mexicanos reciben los antirretrovirales del sector salud, pero todos los medicamentos extra que deben dar a los niños los compran ellos, que obtienen recursos mediante fiestas y rifas. Además de la atención a los menores en la Casa Hogar, el Grupo de Amigos con VIH realiza un trabajo de prevención en comunidades rurales de Guerrero.
“En muchos casos, los padres de estos niños han muerto, y sus familiares prácticamente los botan. Llegan con desnutrición severa, muy afectados, y gracias a la medicación y a la alimentación que se les brinda hemos podido llevarlos a una condición que llamamos ‘indetectable’”, dice Arturo Vázquez.
En el centro acapulqueño hay menores de toda la República, algunos enviados por los DIF estatales. “Tenemos niños de Chiapas, Campeche y Coahuila, y hemos recibido pequeños desde los tres días de nacidos”.
Además de los que viven ahí, el Grupo de Amigos atiende a otros que viven con sus padres. Su objetivo no es convertirse en un gran orfanato para niños con sida, sino brindar “la calidez de un hogar” a pequeños que han sido rechazados por todos, incluyendo sus parientes. “Buscamos que se queden con sus familias, porque quizá con más niños no podríamos garantizar la calidad de vida que hemos conseguido para los que tenemos”, dice Ricardo Tapia.
Aunque el sector salud proporciona los medicamentos para el VIH, “todo lo demás debemos comprarlo nosotros”. No reciben, por ejemplo, antioxidantes ni complementos vitamínicos y otros fármacos que requieren los niños. Eso sí, “el ayuntamiento de Acapulco nos da 3 mil pesos al mes”.
Mientras los mexicanos hablan, algunos de los asistentes piden a la representante de Irán que se tomen fotos con ellos. Vienen del Club Positivo Mashhad, presentado como “el primer grupo que trabaja en el norte y el este de Irán para ofrecer apoyo a las personas que viven con VIH y a los grupos marginados”.
Andan por aquí también los representantes de la Fundación Empoderamiento, que atiende a 50 mil trabajadores del sexo en Tailandia; el Proyecto Fénix, de Rusia; la Federación de Mujeres con VIH/sida, de Nepal; tres organizaciones de India; el grupo Acción Social para la Mujer, que atiende a inmigrantes de Myanmar, en las zona fronteriza de Tailandia.
Una parte del premio ha sido el viaje a México para dos representantes por organización. Otra es el espacio de “diálogo comunitario”, en el cual pueden transmitir sus experiencias y aprender de las de los demás.
Eddy Genece, por ejemplo, vino a decir cómo han hecho para que las personas con VIH “salgan del aislamiento”, no sólo social, sino incluso personal: “es gente que se esconde porque no quiere revelar su condición”.
La organización de Eddy esta presente en siete distritos de Haití, cuenta con 90 personas que atienden a poco más de 2 mil afectados, una parte de ellos trabajadores sexuales.
Los ancestrales conflictos con República Dominicana, que comparte el territorio de la isla con Haití, no se han complicado debido al sida, dice Genece. “Las condiciones inhumanas de trabajo de los haitianos en Dominicana siguen siendo las mismas”. Además, la prevalencia de sida en ambas naciones es muy similar.
Sin embargo, la vecindad con un país con mejores condiciones económicas sí provoca un problema: muchas de las personas que atiende la organización de Eddy van a trabajar a las plantaciones de caña de azúcar y abandonan sus tratamientos por periodos muy prolongados.
El Premio Cinta Roja es entregado por el Programa de Naciones Unidas contra el Sida (Onusida) y los comités del programa de liderazgo y comunidad de la conferencia internacional.
Se trata de reconocer, dicen los organismos que entregan el galardón, que “mediante la utilización de medios creativos y sostenibles para promover la prevención y suministrar tratamiento, atención y apoyo a las personas que viven con VIH, y la innovación ante la pobreza, la estigmatización y la pérdida de la capacidad humana, estos ejemplos del liderazgo comunitario nos demuestran en términos prácticos la forma de contener una epidemia mundial”.