sábado, 26 de junio de 2010

Sin democracia sexual no hay democracia electoral‏

El movimiento de un arco iris

Sin democracia sexual no hay democracia electoral

Un recordatorio de la difícil travesía del movimiento gay en México desde finales de los años setenta, de la lucha, la libertad y el placer que lo caracterizan, y de que no siempre todo fue fiesta y desmadre.

  • 2010-06-20 | Milenio semanal


El contingente del PRT durante la Marcha del Orgullo Gay de 1981.
El contingente del PRT durante la Marcha del Orgullo Gay de 1981.

En nombre de los innumerables actos y personajes que conforman esta historia, pido una anticipada disculpa por lo que, sin el deseo de hacerlo, tendrá que ser omitido en esta entrega. Quiero pensar que de todo este cuerpo rescataré el corazón, para comprender las vidas y las almas de todo un movimiento democrático-sexual; esas historias luchonas que hoy en día, lo sepan o no los contemporáneos, son producto de todo eso.
El antecedente por excelencia de la liberación homosexual lo ubicamos en Stonewall, Nueva York, Estados Unidos. La noche del 28 de junio de 1969, un grupo de parroquianos homosexuales reunidos en este lugar, habituado a esas alturas a la irrupción y corrupción policíacas, so pretexto de buscar drogas o indicios de faltas a la moral, ya no aguantó más la situación. Ya no pudo. Ya no podía. Y sin más armas que aquellas con las que se protege la propia humanidad, aparte de las manos y todo lo sólido inmediatamente disponible, dio inicio una trifulca que el cuerpo policíaco jamás esperó ni se imaginó. Sangre, madreados y detenidos. La trifulca se prolongó hasta convertirse en una especie de levantamiento que duró tres días. Barricadas y quemazones. Así fue aquella salida del clóset en masa la cual, para no detenerse allí, se expandió a otros estados de esa nación en forma de colectivos de liberación homosexual, con tal éxito que se extendió luego a otros lugares del mundo. Y México no fue una excepción.
Es 1979 y un pequeño grupo de hombres y mujeres se aventura, por primera vez en la historia, a tomar las calles y avenidas principales de la Ciudad de México. El asunto no sería relevante en lo absoluto en esta ciudad de marchas y protestas de no ser por una particularidad: eran todos homosexuales. Organizados en dos grupos principalmente, el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) y el grupo Lambda de Liberación Homosexual, aquellos gays y lesbianas salieron a gritarle al mundo que, cosa por demás pavorosa, también existían y que, como consecuencia, eran parte de este país. En medio de un ambiente más que hostil estrenaron su ciudadanía, pues.
LAS LESBIANAS
Es en 1975 cuando por primera vez aparece la palabra lesbiana en un diario de circulación nacional “El Excélsior” a propósito de la Tribuna Internacional de la Mujer, organizada en la Ciudad de México. Una joven australiana tomó la palabra y, valientemente, propuso que se discutiera el derecho de las mujeres al lesbianismo (sic). Más allá de los comentarios descalificadores sobre el hecho, lo cierto es que ese foro mundial abrió la discusión pública sobre lo lésbico en México. Nancy Cárdenas fue una lesbiana importantísima del Frente de Liberación Homosexual por ser la primera referencia pública en ese tiempo, así como por su amplio trabajo intelectual y teatral. Todo mundo la entrevistaría en relación al tema “cual Sofía Loren en la Via Appia”, según ella misma.
Fue entonces cuando el lenguaje de la sexología comenzó a proporcionar nuevas formas de entender y abordar la sexualidad. En 1979 se organizó el Cuarto Congreso Mundial de Sexología en México, y el Grupo Lambda participó con un documento donde denunciaba la represión del sistema a partir de la institucionalizació
n de la heterosexualidad. Todo apenas a un año de que el FHAR había salido como contingente abiertamente homosexual en una marcha de apoyo a la revolución cubana que, curiosamente, los despreciaba. Es precisamente en este contexto revolucionario en el que las feministas heterosexuales se desmarcarán de las homosexuales, dándo así una señal inequívoca a su contraparte masculina de cuán lejos estaban de enarbolar el estandarte lésbico. De una forma u otra había que encarar el nuevo reto, el nuevo conflicto. Y es que, en el fondo, el coito sexual heterosexual seguía marcando la pauta, no sólo en la definición de la actividad sexual, sino en la del activismo político feminista.

Concentración en el Hemiciclo a Juárez de la marcha de 1981.
Concentración en el Hemiciclo a Juárez de la marcha de 1981.

Las lesbianas se incorporan a coaliciones y organizaciones como el Frente Nacional para la Liberación de las Mujeres (FNALIDEM) y el Frente Nacional contra la Represión (FNR); asimismo, abren el debate sexual en los sindicatos universitarios (SITUAM y STUNAM) y algunos partidos políticos (PRT y PCM). Se protestó frente a la embajada cubana por el trato dado a personas homosexuales durante el éxodo masivo de 1980. Se crearon órganos de difusión y contactos con los medios masivos de comunicación empeñando el mismo esfuerzo y trabajo con los que se habían instituido las marchas anuales del Orgullo Lésbico-Gay en 1979. Se apoyó la candidatura presidencial de Rosario Ibarra de Piedra en 1982 a través de un Comité de Lesbianas y Homosexuales.
El año de 1982 estaría enmarcado por una merma enorme y generalizada en términos económicos. El movimiento dio paso a un desmembramiento que no había experimentado antes. Los grupos más visibles y fuertes se diluirían años más tarde pero entonces la vanguardia homosexual se debilitó. Esa misma crisis provocaría otra reacción: los grupos de lesbianas se organizan con el feminismo para lanzarse a las calles y exigirle al Estado servicios, libertad de organización sindical y participación política en los procesos electorales. Se infunden nuevos bríos por lo que ocurría con otras feministas y lesbianas latinoamericanas y, en 1987, se realiza en México el Primer Encuentro de Lesbianas Latinoamericanas y del Caribe. ¿El resultado? La creación de la Coordinadora Nacional de Lesbianas Feministas, quienes serían las defensoras de la “libre opción sexual” en 1990.
REZAGOS Y ALTERNATIVAS DE LOS NOVENTA
El distintivo de lucha del movimiento lésbico-feminista nace y se reproduce a la sombra y buen acoplamiento de lo acontecido en el mundo. De tal suerte que eventos como la Conferencia Mundial de Derechos Humanos en Viena en 1993, la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo en el Cairo en 1994, la Conferencia Mundial sobre las Mujeres en Beijing en 1995, así como algunas evaluaciones de sus resultados, irán permitiendo a las lesbianas poder defender más abiertamente sus derechos sexuales a partir de este fogueo, hasta cierto punto, ya con tintes parlamentarios.


HOMBRES HOMOSEXUALES
Ya hemos mencionado a los dos grupos más importantes y visibles del movimiento lésbico-gay. Su organización no estuvo aislada de las influencias del momento histórico. Así que, al igual que otras luchas y visiones del mundo, la entonces mundialmente conocida Guerra Fría hizo acto de presencia en la vanguardia homosexual. Estos grupos, a pesar de tener en la manifestación abierta de su preferencia no sólo un objetivo común, sino un arma de lucha política, experimentaron diferencias profundas de estrategia y de planteamientos político-sociales entre sí.
El FHAR mexicano, que tomó prestadas las siglas del FHAR francés —Front Homosexuel d’Action Révolutionnaire—, que sí era un verdadero frente nacional poseedor de colectivos por toda Francia, no logró emularlo en lo más mínimo, organizándose en colectivos que no eran independientes —uno que sobrevive es el Colectivo Sol, que actualmente trabaja en la lucha contra el sida— y que no tenían presencia nacional, además de que evidenciaban una marcada influencia marxista entre sus filas.
Lambda, por su parte, era un grupo que trabajaba a través de comités de acción política y social —el fruto más valioso de uno de ellos fue Cálamo, nacida en 1985 y disuelta en 1991, la primera asociación civil registrada ante notario público como abiertamente homosexual y la primera que haría una campaña por el uso del condón cuando varios activistas ya caían víctimas del VIH.
Debido al contexto mencionado, el FHAR se consideró siempre como el ala radical del movimiento, pues Lambda tenía una postura más equilibrada. Esta diferencia, por desgracia, nunca se resanó y, por el contrario, se reforzó, manipulando así la respuesta a la cuestión clave del movimiento: ¿Cómo debía ser la liberación homosexual mexicana? Tal empresa se redujo a responder: de clase media —o de clase media alta— (léase capitalista) o de clase obrera (léase socialista-comunista), limitando y entorpeciendo con ello una regeneración de cuadros y una natural renovación del discurso, así como las formas de lucha a través de la inyección de sangre nueva. Se hicieron dos mundos cerradísimos, pues: el de “los vanguardistas” homosexuales “fresas” y el de “los atrasados”, homosexuales “obreros desposeídos”.
A pesar de tener siempre en mente estos férreos estereotipos, los homosexuales siguieron buscando una identidad propia. ¿Qué era un gay? ¿Cómo se hacía para reconocerlo? ¿Cómo le hacían ellos para reconocerse? ¿Se podía crear una identidad propia? ¿Se la puede utilizar como herramienta de lucha política? El movimiento nunca supo responder a estas preguntas. Olvidándose de poner énfasis en la reflexión y en la propia elaboración de un discurso al respecto, todas las respuestas a las anteriores preguntas se fueron dando por satisfechas entre el paso del tiempo y las confrontaciones de personajes fuertes y, básicamente, por medio de asumir y categorizar la realidad en femenino. Sin embargo, este modo y su lenguaje que, efectivamente, sirvieron en un momento específico como elementos liberadores, al irse prolongando y afianzando en el imaginario de los homosexuales militantes fueron, al mismo tiempo, separando cada vez más a los grupos que ya mencionamos, dejando de lado procesos y elementos de lucha políticos tan importantes y elementales como la salida del clóset, por ejemplo.

La marcha de 1981 fue la tercera que se realizó en la Ciudad de México y el país.
La marcha de 1981 fue la tercera que se realizó en la Ciudad de México y el país.

LA IRRUPCIÓN DEL SIDA
Una de las consignas más defendibles al comenzar el movimiento —y que cuestionaba enormemente valores básicos de la moral conservadora— era el derecho al placer. Y más específicamente al placer del cuerpo. La defensa del orgasmo como un derecho personal, indiscutible e inalienable, se convertía así en la síntesis de esta defensa. Fueron innumerables las acciones llevadas a cabo para poner esta realidad como un tema de primer orden. El asunto se posicionó y se profundizó. En esas se estaba cuando, de repente, hizo su aparición el demoledor VIH en 1980 y, al igual que otras epidemias en otras épocas, ésta dio pie a que los sectores más reaccionarios condenaran aquella lucha de liberación por su defensa del “pecaminoso placer”.
Nuevamente tenemos a la ciencia catalogando de bote pronto al virus como “la pandemia rosa” porque “todas las víctimas eran hombres homosexuales”, se afirmó. Pronto siguió la Iglesia, interpretando su aparición como un castigo divino contra aquellos seres promiscuos que se atrevían a decir que el sexo era algo placentero. Siguió luego la sociedad en general, utilizando de pretexto lo anterior para sidificar la homosexualidad y, así, sentirse impunes a la hora de tener sexo sin protección, con todo lo que eso significó para la expansión del VIH y su introducción a los hogares “católicos-apostólicos-romanos” de México: la propagación muda y sin control.
Muchos homosexuales sucumbieron vertiginosamente ante la infección, y la vanguardia, sola, tuvo que comenzar, contra todo y contra todos, una campaña de información para detener aquel espantoso escenario. Sin ayuda institucional y con la homofobia exacerbada, se fue perfilando una estrategia para seguir reivindicando el placer, pero sin negar los peligros que el VIH implicaba. El sexo protegido fue la vía. Lo anterior hizo que algunos grupos —como Cálamo y Ave— ampliaran su visión más allá del activismo político e intentaran diversificar sus actividades en aras de interactuar con sectores más amplios desde el punto de vista social.
MEDIOS MASIVOS Y PRODUCTOS CULTURALES
En los años ochenta se generó una revolución en términos progresistas para abordar la sexualidad. Las demandas del movimiento lésbico-gay y la conciencia de libres pensadores llegaron a coincidir en la necesidad de apertura del debate sexual a todas las capas de la sociedad. En este sentido, es imposible dejar de mencionar a la señora Marta de la Lama como la representante de vanguardia a este respecto. A través de Imevisión —entonces canal televisivo del Estado, lo cual hizo de su trabajo algo más loable— lanza al aire un programa llamado Sex Siete y años después Sex o no Sex (por cierto, recién acaba de estrenar uno de charlas llamado El gusto es mío en Canal 11), mismos donde la comunidad lésbico-gay pudo abrir más el debate y poner, de manera masiva, asuntos fundamentales sobre la mesa. Gran parte de la liberación se dio a través de esos programas que, siendo objetivos, ayudaron a que la sociedad fuera cambiando.
Sin aquel trabajo televisivo sería imposible entender todos los productos culturales que ahora fagocitamos casi de manera natural, en un contexto en donde la propagación del respeto a los derechos humanos está siendo la vía más atinada y el concepto de “diversidad sexual” el tenor contemporáneo. Hoy, la Marcha del Orgullo se lleva a cabo, como cada año, el último sábado del mes de junio. Este año “el día arco iris” será el 26. Ojalá que en medio de tanto antro, tragos y diversión, no se olviden las historias de corretizas, madrizas, miedo y asesinatos al grado que pudiera quitarnos nuestra capacidad de indignación, y recordemos con orgullo que todo comenzó por la transgresión, no por la fiesta.
Sin dejar de lado toda la imaginación y la trasgresión de que este movimiento es capaz, es loable recordar que es uno de los más auténticos, diversos, impactantes y ciudadanos que existen en México. “Sin democracia sexual no hay democracia electoral”. Vaya la consigna para este sistema que permanece en el pasado, indiferente, negándose a proclamar, como ya lo hacen las democracias modernas del mundo, “El día contra la homofobia”, así, con todas y cada una de sus letras.
Ya por último. Ojalá que algún día los organizadores de la Marcha puedan cambiar el día y las circunstancias de la misma (pues siempre llueve), para que la Marcha pueda dar paso a un bien estructurado discurso político, rematar con un buen y maratónico rave ahí mismo, en el Zócalo capitalino, cerrando la celebración, en los hechos, con dos manifestaciones que caracterizan la fuerza actual del movimiento LGBT: su ya tradicional espíritu de lucha netamente ciudadano y su capacidad para vivir la vida como una fiesta (pero sin necesidad de caer, como en todos los años, en los dañinos y cursis clichés en los que no todos caben) cuyos beats retumben y retiemblen en los centros de esta tierra. ¿Mejor? ¡Imposible!