miércoles, 1 de mayo de 2013

UNAM, la ética de la protesta


UNAM, la ética de la protesta

Carlos Martínez García
Publicado: 01/05/2013 12:19
Quienes mantienen tomada la torre de Rectoría de la UNAM deben liberarla ya. La ocupación del recinto universitario es un hecho violento, por más que quienes recurrieron a esa acción traten de justificarla argumentando que solamente fueron rotos unos cuantos vidrios.
Protestar, criticar, estar en desacuerdo con planes de estudios y determinadas políticas educativas tiene profundas raíces históricas en la Universidad Nacional de México. Una de las vitalidades de la UNAM es que está conformada por una comunidad que dialoga permanentemente. Sus aulas, espacios culturales y recreativos son lugares democráticos y democratizantes. Pese a todo la institución ha sido centro que brinda oportunidades a hombres y mujeres de escasos recursos económicos. Ahí se han formado generaciones y generaciones de profesionistas cuyo acceso a universidades privadas les estuvo vedado no por falta de capacidades intelectuales, sino por escasez económica para cubrir las cuotas.
La UNAM es un logro cultural que se ha solidificado por las lides de los propios universitarios, contra la voluntad de distintos proyectos que han querido disminuirla, si no es que acabar con ella. Por esto hay que salvaguardarla. No anulando los diálogos y discusiones sobre su presente y futuro, pero sí eligiendo los mismos universitarios qué formas de protesta no pueden tener cabida en la institución.
Si la transición política ha sido maniatada en México desde el poder gubernamental y por distintos partidos políticos, la comunidad unamita tiene la responsabilidad de contribuir a una transición democrática cultural. En dicha transición importan tanto contra qué se protesta como la forma de hacerlo.
Es tiempo que desde la sociedad civil se aquilate con más detenimiento la responsabilidad ética que conlleva ser opositor a las distintas manifestaciones del poder, sea éste político, económico, mediático, religioso. Si uno se manifiesta contra las arbitrariedades de alguno de esos poderes hay que renunciar a hacerlo de manera arbitraria, tampoco es muestra de responsabilidad dañar los derechos de terceros. Éticamente es contradictorio incurrir en lo mismo que criticamos.
Si bien es cierto que el establishment siempre hará lo suyo para mantener el status quo, y en ello se incluye tratar de desestabilizar a los movimientos sociales, al interior de éstos debe tenerse claridad para no ser rehenes de esa desestabilización. No saber cómo comportarse ante la infiltración de provocadores, sino ser cautivados por ellos es incurrir una y otra vez en errores costosos para la democratización de la sociedad.
Los movimientos sociales que se han enfrentado con éxito al autoritarismo (ahí está la rica lección ética de Martin Luther King y su lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos) lo hicieron de forma pacificadora –que va más allá de pacífica y pacifista- y así evidenciaron la feroz violencia policiaca. Pero para reaccionar como los integrantes del movimiento encabezado por King es necesario educar a quienes conforman el contingente que protesta en formas democráticas de manifestarse. Y cuando escribo democráticas no me refiero a que si una mayoría decide arrasar con lo que encuentre a su paso entonces tiene legitimidad para hacerlo. No, más bien entiendo por vías democráticas el respeto a la integridad de los otros y otras, y esto incluye la protección al patrimonio arquitectónico histórico de una colectividad.
Los ocupantes de la Rectoría ingresaron y se mantienen al interior de la misma con el rostro cubierto, según ellos y ellas es ‘‘no por ser vándalos, sino por la criminalización que se hace de quienes alzan la voz’’ (nota de Emir Olivares Alonso, La Jornada, 29/V). Hay que tener integridad para a rostro descubierto validar lo que se dice y lo que se hace en consonancia con lo dicho. No hacerlo es dar pie a que al amparo del anonimato se cometan acciones que perjudican al conjunto de universitarios pero también a quienes cubriéndose el rostro creen estarse protegiendo.
Dar el rostro es además de integridad ética que se expone públicamente, también, por contradictorio que parezca, protegerse de acciones despóticas del poder porque identificándose con nombre y cara descubierta pone uno su seguridad en manos de la sociedad civil dispuesta a defender a los suyos de los excesos autoritarios. Por otra parte, es ingenuo pensar que en las oficinas de inteligencia y espionaje desconocen quiénes están en la Rectoría. Saben sus nombres y direcciones.
Lo conducente es dejar la Rectoría. Si están convencidos de que el pliego petitorio que enarbolan es el correcto, entonces hay que ir al conjunto de la comunidad universitaria y convencerla con argumentos para que se sume a la causa. Esto es lo democrático, lo otro, la toma de la Rectoría por unos pocos activistas, es una aventura de sesgos autoritarios