miércoles, 9 de enero de 2008

Gays recluidos: la orientación sexual no causa problemas con otros internos

Rafael Villanueva (Agencia Notiese)
Para entrar a las oficinas de la penitenciaría de Santa Martha Acatitla hay que traspasar tres portones de acero, custodiados por dos guardias de seguridad, y pasar una revisión exhaustiva. Al final de un pasillo amplio y solitario está el salón de usos múltiples, lugar establecido para realizar las entrevistas solicitadas. Eduardo Ruiz y José María Silva, homosexuales, esperan, vigilados por dos miembros de vigilancia.
Eduardo y José María fueron “electos” por las autoridades para charlar sobre la situación de las personas no heterosexuales en las cárceles capitalinas. Ambos tienen 33 años y fueron sentenciados por el delito de homicidio calificado. Los dos descartan que la homofobia los haya motivado a cometer ilícitos.
“Ya no soy vestida”
José María es de Guerrero. Lleva recluido tres años y un mes. Antes de ingresar a Santa Martha se dedicaba al trabajo sexual en las calles. Su ex pareja fue su cliente, y después vivió con él hasta su muerte. Según la justicia, José María lo mató. Él dice que fue inculpado. No ha tenido apoyo de nadie, y ha estado solo desde su ingreso. Agregó que sus amigas son “vestidas” o gays. Traen “chichis” y les cuesta trabajo entrar a visitarlo, por las trabas que les ponen. No quiso especificar cuáles.
“Soy de provincia y me costó mucho trabajo aceptarme como homosexual. Cuando me detuvieron, el proceso fue muy difícil para mí. Yo era vestida. Me maquillaba, usaba tacones y uñas postizas. Me gustaba usar el cabello largo, ponerme faldas y loquear. Sé que no soy mujer, pero me gusta esa vida. Aquí, por las reglas, no puedo pintarme. Me cortaron el cabello y ahora tengo que integrarme con los varones.”
“El trato es igual para todos”
Eduardo es bajito, delgado, de tez morena y muy sonriente. Usa cejas depiladas y sus ademanes son femeninos. Se describe como una persona liberal, alegre y sociable. Dice que no le gusta caminar solo, por eso se consiguió una pareja al mes de ingresar al penal. Su pareja “es heterosexual y tiene familia afuera. A mí no me gustan los gays, sino los bien casaditos.
“Mi familia me ayuda económicamente cuando viene. También realizo algunos trabajos aquí para poder mantenerme. Llevo recluido poco tiempo, pero he tratado de ocupar mi tiempo participando en algunos talleres sobre orientación sexual.”
La mayor parte de la comunidad homosexual realiza trabajos de cocina, aseo o corta el cabello, afirman los entrevistados. Mencionaron también que su orientación sexual no es cuestión que les cause conflicto con los demás internos, pues “el trato es justo e igual para todos”.
¿Qué hay con la sexualidad?
Algunas cabañas improvisadas o las mismas celdas son utilizadas por los internos para aliviar el deseo sexual. Según Eduardo, sólo es cuestión de esperar el lugar, la hora y el momento exactos para hacerlo.
La situación es conocida por las autoridades de los centros de readaptación, por lo cual dan talleres de educación sexual a los internos. Éstos son impartidos por el personal técnico, conformado por trabajadores sociales, sicólogos y pedagogos, y se abocan a temas básicos, como infecciones de transmisión sexual, seropositividad y diversidad sexual.
Según Luis Miguel Icona Solís, jefe de la Unidad Departamental de Supervisión de Tratamiento de la Dirección General de Centros de Readaptación Social del Distrito Federal, “los homosexuales tienen elementos antisociales como cualquier otro interno, nada más que con preferencia sexual específica. Se les aparta del resto de la población no tanto para protegerlos, sino para que no se dediquen a la prostitución, ya que es parte de su dinámica.
“A veces imaginamos al homosexual como en la calle: vulnerable, débil, pero no es cierto. El homosexual en reclusión asume de inmediato las normas. Muchos son reincidentes y tienen una serie de situaciones que los hacen también un riesgo importante. No es una población que hay que proteger, como en el caso de la indígena”, señala.
En el caso de la visita íntima, recientemente se autorizó para parejas homosexuales, aunque sólo para las que acrediten estar unidas en sociedad de convivencia. “La visita conyugal es un derecho al que no todos tienen acceso; uno de los requisitos solicitados es el acta matrimonial. En caso de no estar casados, un acta de nacimiento de los hijos, y en caso de no tener, una carta de concubinato. El acta de sociedad de convivencia funciona como recurso para un interno homosexual que solicite la visita íntima.”
El 8 de marzo de 2007, Agustín Enríquez, pareja por siete años de Ricardo Pérez Duarte, interno del Centro de Readaptación Social y Varonil de Santa Martha Acatitla, presentó una queja ante la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, la cual emitió una recomendación, dirigida a José Ángel Ávila, secretario de Gobierno del GDF, por “discriminación por orientación sexual”.
Tras la aceptación de la recomendación por el gobierno capitalino, el 29 de marzo de 2007 se llevó a cabo la primera visita conyugal homosexual en el Centro de Readaptación Social de Santa Martha Acatitla.