viernes, 8 de agosto de 2008

El virus que mata y el virus que mata antes de tiempo‏

El vivir, independientemente del modo, de la “calidad” o de la intensidad es sin duda un derecho con el que nacemos y por el cual vale la pena alzar la voz para defenderlo.

Hoy en día, uno de los problemas a los que nos enfrentamos tanto como individuos, como a escala local, regional, nacional y mundial es el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), el cual, hablando en números, ha ocasionado a nivel mundial la muerte de más de 25 millones de personas, y sigue en aumento.

Sin embargo, el problema ya no es la enfermedad como tal, sino, más bien, el modo en que se ha afrontado. Por una parte, están aquellas acciones encaminadas a regular o a mitigar la propagación del virus mediante campañas de prevención y haciendo uso de la mejor herramienta con la que cuenta el ser humano para atender los fenómenos de su entorno, la comunicación. Por otra parte están aquellas acciones que lejos de desempeñar un papel que salvaguarde la salud de la población en general, promueven la discriminación hacia quienes viven con VIH, convirtiendo la pandemia, en una epidemia social donde el punto focal es la diferencia entre uno y otro, entre tú y yo, entre él y aquél. Algunos casos extremos de este último tipo de acciones lo representan las acciones tomadas en más de 66 países, donde se mantiene algún tipo de impedimento para que los portadores de VIH entren, permanezcan o residan en su territorio (…) ¡chale!

Es cierto que estamos viviendo tiempos de cambio en materia social, que, sin duda, forman parte del proceso evolutivo de los grupos humanos que comparten un territorio y sus elementos (población), pero eso de que “vivir con algo con lo que yo no vivo”, y que crea diferencias en un espacio tan reducido como lo es una nación, un pueblo o una vecindad, es algo que no cabe en la cabeza; al menos no en la mía.

Yo no soy portador del VIH, ni he sufrido algún tipo de discriminación por tener algún tipo de relación afectiva que sale de lo ordinario, pero a pesar de eso, me siento diferente a los demás. Diferente en el sentido de que puedo cerrar los ojos y pensar en que mañana puedo ser un portador del virus, o que puedo ser excluido en cierto modo y en cierto lugar; diferente porque puedo utilizar unos minutos en recapacitar sobre lo afortunado que soy ahora y lo, quizá, “menos afortunado” que puedo ser mañana si sé que tengo SIDA y tengo que seguir moviéndome en una sociedad infectada por el virus de la incomprensión y el egoísmo.

Si mañana supiera que soy portador del VIH, tal vez me aterraría la idea de tener que cambiar mis hábitos y, en general, mi modo de vida por los cuidados que debería tener en adelante; me angustiaría el hecho de tener que decírselo a los míos, y me intrigaría el saber cómo reaccionarían. Sencillamente, cambiaría mi vida.

Hoy escribo esto y dentro de los alcances de mi razón no es más que un supuesto, pero mis conocidos y amigos con VIH sé que lo piensan cada día que pasa, y lo hacen mucho más en serio que yo. Sé que para ellos despertar y pensar en las cosas que tienen que afrontar al salir de sus casas es frustante, y por demás desgastante. A ellos les puedo decir que cuentan con el apoyo de sus amigos (como yo) y de mucha gente que los quiere, pero eso, en cierto modo NO los sana.

Que se tienen que hacer cosas para que ellos y todos vivamos sanos de mente y espíritu y sepamos afrontar este y otro tipo de situaciones, definitivamente sí, se tienen que hacer. Las preguntas son ¿cuándo y cómo?.

“El VIH ya no es una enfermedad de transmisión sexual que te mata. El VIH es ya una enfermedad que al converger con lo social te mata antes de tiempo”.

Por eso:

¿Cuándo se debe actuar?

- Ya debimos haber empezado desde hace más de 25 años cuando surgieron los primeros casos.


¿Cómo se debe actuar?

- Manteniéndonos informados sobre las sugerencias que previenen el contagio, y sobre todo, manteniéndonos cerca del que vive con VIH para conocer la enfermedad de cerca y saber cómo afrontarla en caso de ser contagiado. Además con eso se estimula el entusiasmo; esto, puesto en otros términos quiere decir que, el sistema nervioso central desencadena una serie de estímulos que permiten que el individuo continúe con su ritmo normal de vida, con lo que se evitan las rachas depresivas que, en la mayoría de los casos, hacen decaer y enfermar al portador, permitiéndole entrar en un estado crítico ante cualquier ataque patológico ligero.


Sé que no todos tenemos la fortuna de tener a alguien con VIH cerca y de darnos cuenta de que la diferencia sencillamente no existe.

En lo personal, y con toda responsabilidad, me atrevo a decir que no hay por qué tener miedo a algo tan pequeño como un virus. El miedo está en lo que se ha hecho con la mente de la mayoría de los no portadores y en la de los tomadores de decisiones en materia de salud que, por extraño que parezca, carecen de la capacidad de pensar en la mejor solución para un problema que se puede resolver sin crear tanto ruido y división.

Amigos con VIH, desde San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, les envío un abrazo en extremo fraternal y repleto de admiración y cariño. Al resto de mis contactos les digo: “no hay que permitir que el virus del “no portador del VIH” acabe con la vida de nuestros amigos, familiares, conocidos, vecinos o de aquel que vive con SIDA. Ya es hora de que perdamos el miedo a defendernos como uno solo y a alzar la voz cuando se cometa una injusticia. Porque no es lo mismo vivir con VIH, a vivir con VIH y tener que esconderse por ello.

Omar E. Bustos.

P.D. Esto es lo que se hace en Veracruz. Ejemplo o no, ¡qué bueno que se abre la mente! Pero de todos modos habrá personas que estaremos echando ojo a ver si es cierto que se hace lo que se dice y sobre todo, personas que alzaremos la voz en caso de ser necesario.