sábado, 21 de septiembre de 2013

La devastación

La devastación
Turistas salen en tropel de Acapulco
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Cientos de vehículos hicieron kilométricas filas luego de que se abrió ayer a la circulación la autopista Acapulco-MéxicoFoto Javier Verdín
Josetxo Zaldúa
 
Periódico La Jornada
Sábado 21 de septiembre de 2013, p. 2
Acapulco, Gro., 20 de septiembre.
Al cumplirse una semana del inicio de un desastre natural llamado Manuel, el Acapulco turístico que se moviliza sobre cuatro ruedas salió esta mañana en tropel hacia la ciudad de México una vez que la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) abrió un camino de terracería entre la caseta de La Venta y Chilpancingo.
A las 11 y cuarto de la mañana, 45 minutos antes de lo previsto, se dio el banderazo de salida a los cientos de vehículos que desde muy temprano hicieron una kilométrica fila, como si de un rally se tratara.
En circunstancias normales, el trayecto Acapulco-Chilpancingo se hace en hora y media –hay quien invierte una hora–, pero hoy el promedio oscila entre dos y tres horas. El camino es angosto, y la avalancha de autos y camionetas hace que el ritmo sea lo más parecido a una competencia de tortugas.
La SCT anunció también que durante la noche circularán únicamente los camiones que llevan días esperando en Chilpancingo con todo y sus cargas. Comenzando a clarear será otra vez el turno de los vehículos ligeros. La dependencia espera normalizar enteramente el funcionamiento de la Autopista del Sol en cuatro o cinco días.
Desde la Costera utilizando el maxitúnel y desde Punta Diamante por el libramiento, cientos de automóviles abandonaron el puerto. No pocos turistas juraban que nunca más regresarían a Acapulco, como si la ciudad fuera responsable del desaguisado.
La situación imperante en la improvisada sala de documentación y espera del Foro Mundial, donde cada vez hay menos damnificados –bien atendidos por el Ejército–, era hoy de absoluta calma. Al caos de los días pasados le sucedió una calma total. No hay filas, porque la gente es despachada con prontitud y además la vía terrestre –que incluye el flete gratuito de cientos de autobuses– despresurizó la tensión notablemente.
Los hoteles se vacían a un ritmo vertiginoso y la industria se pregunta ahora cuánto tiempo necesitará Acapulco para resarcirse del efecto Manuel. Desde el lunes pasado, cuando la situación era dramática, la estancia de los turistas comenzó a ser costeada por las arcas del gobierno estatal.
Salvo casos aislados, hay que reseñar que la actitud de las cadenas hoteleras fue ejemplar. Hicieron lo que estuvo en sus manos y ayudaron sin reservas.
El gran negocio inmediato en Punta Diamante es tener, por lo menos, una grúa, y uno que otro taxi. Los gruyeros, felices con el efecto Manuel, no se dan tregua para retirar los cientos de vehículos que la tormenta inutilizó totalmente. Sus rostros lo dicen todo. Y los taxistas, gremio singular como pocos, asaltan sonrientes las billeteras de sus clientes. Saben que tienen la sartén por el mango.
Ahora viene el recuento de daños, sobre todo los que impactaron en los sectores más vulnerables, los que sobreviven con casi nada y se quedaron sin nada. Ahí sí el panorama es desolador, desgarrador.
Cuando Manuel pase al archivo, los jodidos también serán asunto del pasado. Las despensas dejarán de llegar y los funcionarios de primer nivel que hoy aparecen un día sí y otro también en la tele diciendo, en no pocos casos, puras sandeces, se esfumarán para refugiarse en sus cómodas poltronas, lejos de la pobreza, lejos de la raza.
Pero no debe olvidarse que las autoridades pudieron hacer mucho más en materia preventiva. De sobra sabían la desgracia que se cernía sobre gran parte de México, y a pesar de ello fingieron demencia y obviaron recomendar la evacuación temprana de quienes estaban en peligro, así como recomendar a los turistas que mejor se quedaran en sus casas.
Nada hicieron. Como dijo hoy una enojada turista poblana: “Ellos sólo piensan en el negocio y les importó más eso que nuestras vidas¨.
Esos displicentes funcionarios deberían ser enviados a Cuba para que aprendan, si les es posible, las complejas artes de la prevención. Un país acosado como el caribeño tiene un sistema de protección civil que para sí quisiera más de una nación desarrollada